lunes, 3 de febrero de 2014
Ritual de sangre
Master.
Bajo la ciudad se extiende una red de húmedos pasadizos. No existe mapa capaz de guiar a los visitantes del inframundo, más allá de las cloacas en las que los funcionarios urbanos trabajan, nos enfrentamos a la dimensión desconocida.
Kefren camina delante mientras los dos Malkavian le siguen. Van rápido, a paso de vampiro, pero los pasillos y las ratas parecen no acabarse jamás. Amén de otras criaturas que emergen de las aguas amparadas por la oscuridad y qué dios sabe lo que serán. Llegan por fin a una reja abierta y, al fondo, una puerta de madera prácticamente podrida con las bisagras oxidadas. Entran en la sala... Que contrasta con lo visto hasta ahora por estar ricamente decorada, como un palacete europeo del Renacimiento, pero ni todo el lujo puede borrar el ambiente hediondo.
- Maestro... - susurra Kefren pero en la sala no hay nadie -. Maestro, le traigo dos nuevos adeptos - hace una pausa, como si escuchara, y luego continúa -. De la estirpe Malkavian... - pausa -. Serán leales.
Los dos vampiros escuchan de nuevo la voz desconocida dentro de sus cabezas: "Bienvenidos, hijos míos, ha llegado la hora del sacrificio". Si su intuición les advierte del peligro, ya es demasiado tarde, la magia del Tremere obra su efecto y se sienten desfallecer. Tumbados en el suelo, sobre un tapiz bordado que parece contar una historia, no pueden moverse, tan sólo ver la sombra de Kefren desplazarse, preparando algo.
- Dolerá - dice el Tremere - pero el placer será superior a lo conocido.
A continuación pronuncia un conjuro, palabras extrañas de un tiempo pasado y oscuro. Medea y Ancel sienten que la sangre les hierve dentro de las venas, ríos de lava que abrasan por dentro. Quieren gritar pero no tienen voz. Buscan dónde está el rayo de sol porque esta sensación sólo es comparable a verse expuesto a la luz diurna. Es tan doloroso que es preferible la muerte definitiva. Será por eso que el mago les ha paralizado, para que en su desesperación no se lanzaran al suicidio.
Al lado de Kefren algo se mueve. No consiguen ver nada con claridad porque parece que los globos oculares les fueran a estallar. No es algo, es alguien, apenas una sombra... una sombra de luz. Y entonces, sienten la sangre evaporarse de sus cuerpos... lentamente, muy lentamente. ¿Cuánto más se prolongará esta agonía? Están perdiendo su vitae, quedándose sin vida, pero el dolor también se está apagando.
Antes del último suspiro, todo se detiene y Kefren os da a beber un líquido oscuro. Es sangre, pero no es humana ni tampoco de vampiro. Es sangre cómo nunca antes habíais probado y perdéis la conciencia para viajar al universo. Bajo vuestros pies las estrellas y arriba el astro rey, magnífico.
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